Le hablaba un ciego a un sordo y en ese monologo hacia repetidas pausas
esperando algún gesto de su interlocutor, no recibía ninguno pero
obstinado retomaba el dialogo, quizás no me interpreta bien se le
ocurrió pensar reiteradas veces y reiteradas veces cambio las
palabras, las re formuló, incluso hasta llegó a contradecirse pero
el sordo no era cociente que este le hablaba por lo tanto le era
indiferente.
El ciego frustrado se batió en retirada, creyéndose en la soledad... Pero el sordo...
El ciego frustrado se batió en retirada, creyéndose en la soledad... Pero el sordo...
Si alguien desea crear un final agradezco que lo coloque en comentarios :D
ResponderEliminarPero el sordo no era ciego, ni el ciego era sordo. El primero lo vio en todo momento gesticular al pobre ciego, y el segundo le oyó la tenue respiración y el galopar de su corazón casi todo el tiempo que duró el monologo reiterativo y contradictorio del ciego. Por primera vez en mucho tiempo se fueron a la cama pensando en que había alguien peor que ellos mismos.
ResponderEliminarEl ciego pensaba y conversaba con su eco sobre la desgracia del pobre sordo! - Imagínate -decía- No poder oír nada! Ni la música, ni el silencio. Ese silencio de paz que reina en el bosque, o una playa. y no ese silencio atroz y aterrador de no oír nada.-
El sordo se quedo mirándose al espejo y sintió lastima por el ciego. No entendía como alguien podía vivir sin verse todos los días al espejo, sin ver la inmensidad del mar, un atardecer en la playa, la sonrisa de una mujer y el crecer de sus nietos. No le entraba la idea de no poder ver la luz ni poder ver la oscuridad, esa oscuridad de la noche en la que nos relajamos y dejamos en remojo nuestras ideas y no esa oscuridad aterradora y encegecedora.
permiso, me tome el atrevimiento de terminarlo.
ResponderEliminarespero que te guste!