28 de septiembre de 2012

Vendedor de sandías



Realizado por Brenda  Opazo


Se levantó a las 7 de la mañana como todos los días del verano, debía madrugar por su condición de trabajador mientras tantos otros están de vacaciones, fue hacia su camioneta Ford de los años 70 siguiendo la eterna rutina, cargó unas sandías, lo cual antes no había podido hacer por falta de tiempo, rezo a dios pidiendo por un buen día tanto económico como climático porque nadie desea vender bajo la lluvia por más linda que esta fuese. Volvió a la cocina-living-comedor-pieza, para tomar un simple desayuno (mate cocido con un mignon de pan), luego se quedó sentado en la mesa esperando por unos segundos para después subir a esa chata destartalada, que no tenía ni idea porque razón seguía andando, e ir allí cerca del puente de salida a la ciudad (o de entrada según el punto de vista aunque el frena del lado de salida). Allí pasaban los autos en dirección al río y el hombre sabía por experiencia que en ese lugar las ventas eran buenas. Estacionó la chata y preparó el puestito, a esa hora se sentía que el día prometía ser caluroso como cualquier otro.
 Eran las tres tarde ya y el sol estaba arriba incidiendo con toda su intensidad, le caían un par de gotas de sudor debido a ese tedioso calor, a esos 40 grados de sensación térmica que anunciaban sorprendidos los locutores de las diferentes radios, y el hombre firme se mantenía debajo de esa pequeña sombra, al lado de su chata esperando por los clientes. Las ventas parecían normales, todavía el dinero ganado no cubría los gastos para vivir, debiendo esperar el finalizar de esa larga jornada mientras en su rostro el cansancio se visualizaba y su cuerpo amainaba ya por lo mismo... Fue en ese entonces cuando un auto diferente a los cotidianos frenó cerca del puesto, era una patrulla de la cual bajaron un par de policías que fueron directo al hombre. Uno de ellos le pidió el documento y los papeles que acrediten el permiso para vender las sandías en ese lugar, esto último quizás de malvados porque de antemano conocían la situación del hombre. Sabían por conocimiento anterior que no poseía ningún papel y que por la misma razón tampoco pagaba impuestos, pero ellos no se atrevían a contraponer en ese pensamiento la otra verdad, no se atrevían a decir -este es su único medio de subsistencia- y menos pensaban que uno o dos pesitos, por poco que parezcan, eran claves para modificar la vida cotidiana de nuestro hombre... Ya era pobre y querían hundirlo aún más, triste desgracia la que le tocó vivir, pero estos policías quizás no eran tan consientes de ello, solo cumplen órdenes y en cierta medida les satisface cumplirlas al no cuestionarlas.
El hombre percibiendo la que se venía abrió su boca para depositar palabras en el aire, quizás alguien las escuche pero eso no le importaba, ya estaba cansado de no poderse indignar si para indignarse se debe pertenecer “a otra condición, a otro “status””, estaba incluso cansado de vivir, pero la remaba todos los días. Sus palabras, que nunca pudieron ser sabias, estaban alimentadas por toda una vida de ver, y peor: de vivir miserias. Era una voz no tan vieja, dada por tantas situaciones la que le hizo decir –¡No tengo ningún papel!, ni siquiera aquel que acredite mi pobreza, soy solo ¡uno más de tantos! aunque posea estas pocas sandías y esta chata que ¡algún milagro! la pone a andar todos los días, ésta es la vida que, en la repartición realizada por algún ser diabólico, me hizo vivir, este es la vida que me toco vivir y de la cual, por desgracia, no puedo escapar... Cada vez se le agregan más desgracias a las desgracias, realizando el polo opuesto de la famosa frase “la plata trae la plata” parece ser que la falta de ella te lleva cada vez más a una pobreza extrema, y a su vez las ¡malditas! desgracias parecen traer más ¡malditas! desgracias. Permítanme decirles que, por más empeño y esmero que le ponga, no puedo escaparle y cuando encuentro algo que, a fuerza de sudor y trabajo, me permite apenas vivir el ¡maldito destino!, por aquella necesidad que tengo de echarle a algo la culpa, se encarga de arrebatármelo-. El hombre prefería no nombrar la palabra policías para no suscitar bronca en ellos, tampoco sistema si nunca se le cruzó cuestionarlo, tampoco la maldad en las personas, solo conocía esa necesidad disfrazada de maldad que surge en la miseria. El policía haciendo, oídos sordos a las palabras del hombre, dijo –Lo siento señor, nosotros estamos cumpliendo con nuestro deber, y él nos dice que debemos confiscarle sus sandías-. El hombre, falto de fuerzas, pensó para sí-más que deber son ordenes las que le dicen a estos hipócritas lo que tienen que hacer, el deber del que hablan es una mentira- y luego, sin ser consciente de ello, en voz alta salieron estas palabras- Ustedes dicen cumplir con su deber, lo oigo a cada rato, y si yo tengo algo que agradecer es el no ser sordo, pero ¿qué quieren que les diga? yo sigo viendo ladrones y no sólo ladrones que roban electrodomésticos, ladrones en el sentido común, yo sigo viendo ladrones de traje y corbata, ladrones en puestos respetables. Veo también el último eslabón del narcotráfico en el barrio donde vivo y delincuencia organizada. Y a ése al que le llaman deber ya no le presento ni respeto, el deber se encarga, parece, solamente de quitarle la subsistencia a quien se la rebusca para salir adelante, o por lo menos para poder vivir en el día. Sé que somos una masa de trabajadores quienes nos encontramos al margen de la ley, pero nuestra pobreza nos obliga, estamos sumergidos en la pobreza y no nos permiten nada. Y qué quiere que le diga “el deber está ciego” debe ser así de lo contrario como se explica que el deber no siga a la justicia, dígame usted cómo se explica, pero qué iluso soy, a quién diablo le estoy preguntando, le estoy pidiendo a un sordo que escuche las falsedades que dice un ciego y más aún, le estoy pidiendo a un ciego que mire a otro ciego, con razón se queda mudo… deber y justicia, vaya a saber uno cuál es cuál en este mundo de locos. La justicia está loca y el deber está ciego ¿o será al revés?. Lo que es seguro es que usted no las comprenda por más que crea que seguir ordenes es comprenderlas-. El hombre calló unos segundos, no sabía de dónde habían salido tantas palabras pero precisaba un poco de aire, miró a los otros policías que ya estaban confiscando sandías y prosiguió –Usted llévese esas sandías pero sépalo, ese deber es pura patraña, su deber es una porquería que nos lleva para ningún lado…- y el hombre continuaba hablando mientras veía ese montaje realizado para llevarse las sandías. Uno de los policías se acercó y le dijo casi susurrándole –lo siento, es en ésto en los que nos toco vivir, y agradezca que no lo llevamos preso-. El hombre los vió alejarse mientras sus ojos endurecidos por el paso del tiempo, endurecidos por la vida, trataban de hacer brotar una lágrima poniendo todo su empeño en crearla para representar esa tristeza a los despojos.

Por Serápiens

24 de septiembre de 2012

Intemperie


I
Pero la mente es algo blasfemo
momento y beso apagado



II
Eran bestias

reguero de sangre
arcilla compactada
y porcelanas acribilladas.

Las lágrimas rotas
de otra noche bañada,
luna roja,
niebla,
temor y silencio,
gritos apagados.

La palabra,
la palabra herida,
acción perpetuando la lucha
deshecha, derrotada
jamás vencida
jamás de cabeza gacha.

Reguero de sangre,
ropa deshilachada
ideas malheridas,
atrocidades disfrazadas de santas,
la filosofía huyó
junto a la ciencia
junto a la vida.

Detrás de las paredes, el refugio…

Basuras, basureros, basural.

Dios enmudeció,
el niño sin padre lloró
y alguien perdió su hermano.
La esperanza pisoteada,
desgarrada.
En tiempos de horror,
de muerte camuflada en vida.



III
Condenado blasfemo
ejecución sincrónica.
Sus ojos vendados,
la venda abandona el blanco,
y el rojo gotea
como lágrimas,
como tristezas,
con furia
de temores pasados.

Miedos futuros y pretéritos

transmutación simbólica

condenado deshecho.



IV
Lobo oscuro
sombre nocturna
cataclismo inesperado.

Miseria vil,
sonrisa sádica.

¿Dónde está el bufón?
¿O el cínico?
¿O el siniestro?

Carcajada cruel,
cascada sangrienta,
cadenas oxidadas,
crujidos escalofriantes
en la oscuridad nocturna.


V
Amordazada la mano

alfileres
clavados
en la llaga

impedimentos
cocidos sus labios

faltan algodones
insertados
en su nariz.


VI
¿Acaso lloran los muertos
por quienes quedaron en vida?

Por Fernando Klap

19 de septiembre de 2012

El edificio


El edificio, cuatro mil salones dicen, “INFINITOS” gritan otros para dar una idea más acertada de su magnitud. Existe el rumor de que nadie jamás lo ha podido recorrer completo, no negare de que hay osados, aventureros que lo intentan, tampoco negaré a los charlatanes, de estos últimos sobran y… algunos quieren hacerte creer que han podido atravesar el edificio de punta a punta… También he conocido a personas que prefieren no nombrarlo, parecen temerle a su magnificencia.
Nadie sabe que hay en cada sala, incluso en algunas salas de fácil acceso es imposible decir con rigor todo lo que la compone. Los pisos son de estilos muy variados, algunos de rareza enorme, en ellos confluyen todas las civilizaciones pasadas y presentes, estando a la espera las futuras…
Una propuesta muy popular es caminar solo por algunas habitaciones con los ojos bien abiertos intentando que no se escape detalle. Cada tiempos muy irregulares se escuchan crujidos: señal del deterioro. A veces los crujidos transmutan y se escucha un sonido fuerte como el estallido de una dinamita, ¡señoras y señores! Se ha producido un derrumbe… Algunos han llegado a afirmar que, entre los estruendos que escucharon uno se asemejaba al de la bomba atómica, pero estoy seguro de que nunca escucharon el estallido de una bomba atómica, yo, en particular, nunca escuche ninguno de los dos.
Las salas, como ya se imaginarán, tienen vida útil, son construcciones, el material se carcome, simplemente perecen constantemente. Acerca de la pieza original hay de las más variadas leyendas, algunos dicen que esta por ahí, escondida en  algún rincón del edificio; incluso hay una versión que cobra cada vez más fuerza donde suponen que esa habitación ya no existe,  sin ningún calmante anuncia: “la pieza original de tamaña obra ya no existe” y se deriva de aquí que sólo quedan escombros, pero ni siquiera eso se puede saber, quizás ya sea polvo o ya sea nada, hasta queda la posibilidad que otra pieza haya sido emplazada sobre el olvido de está,  emplazada donde yace muerta como si alguna vez hubiere poseído pulso… Aquí me detengo para aclarar que no solo hay ruidos de derrumbe, también se puede escuchar el ruido de las palas y del constante martilleo, a veces cuando solo hay silencio se escucha el tintineo de un clavo.
El edificio se derrumba por partes y se construye por partes constantemente, es una tarea perpetua, fundamental para su permanencia. Casi todos creen ya que nunca se llegará a una forma definitiva. Nadie sabe aún de que están hechos los cimientos ni siquiera se atreven a decir donde están estos… Hay un rumor que afirma la no existencia  de estos después de todo, para este rumor, no son necesarios.
Lo cierto es que si no he podido crearles una imagen ya del edificio solo puedo agregarles que es monumental. En esas analogías extrañas me atrevo a compararlo a la biblioteca descrita por  Borges, pero aquí no pululan los libros (creo), pululan las salas, los techos, los pisos, las paredes…
Es algo muy exquisito, incluso placentero ver como cae una pared; se siente en el aire cuando vas pasando cerca, te miras con otros y sabes que algo no marcha, o simplemente algo marcha, todos coinciden luego en mirar hacia la misma pared que, al sentirse observada, expide un poco de polvo, y parece querer sacudirse para bañarnos a nosotros en polvo, la consecuencia: se agrieta y cruje, la pared posee vida y chilla del dolor, algunos presurosamente, con todo tipo de material e instrumental de albañilería, corren hacia ella, son médicos de los edificios y de las salas… Hay algunas salas que disponen de su médico de cabecera, otras tienen su médico para las urgencias o, uno cama adentro como si se tratase de un esposo que la cuida día y noche. Pero vuelvo a esta pared donde los médicos corren a ella, donde la pared cruje fuerte y el médico que se dirige hacia su herida ve surgir otras, en su rostro aparece un gesto de desesperación, acaba de hacer el análisis y resulta que se trata de una ¡enfermedad terminal! No queda más remedio que mirar… El rol del espectador, la silla dispuesta para contemplar como la fisura transmuta en grieta y luego la grieta se expande, la pared le resiste y grita, unos pocos ladrillos caen primero, solo unos pocos, la lucha es grande y el proceso se  torna lento al principio; pero mientras más aumenta el conteo de los ladrillos caídos, más se debilita… Pierde la lucha, está condenada, lo sabe, no lo admite, es el ajetreo lo que produce cierta esperanza, pero la pared ve al médico ya desesperanzado que la mira desde la silla con los ojos chorreados y reconoce pues que no hay posibilidad, solo queda un camino, solo un camino… Se desmorona ante la lágrima, todos los trozos se desprenden al mismo tiempo para caer estruendosamente. Se asemeja su caída a una coreografía, la exactitud para el objetivo propuesto es primordial, un error significa un estruendo amortiguado, y hace la diferencia sobre el impacto producido en el espectador, en el éxtasis, el regocijo y en la mirada posterior a los escombros…

Por Serápiens 

8 de septiembre de 2012

Apariencias

Escena 1:
Sentado, sigue con los ojos las letras, amplía lentamente su inteligencia, su mente. Es tiempo de aprender dicen las ilusiones de letras esparcidas en el aire, pero hay un mundo fuera y él es consciente de su existencia, lo desea con cierto fervor, desea que esté a su alcance… Pero permanece sentado.

Escena 2:
Su cuerpo parece perpetuarse sobre la silla mientras en su cabeza estallan los revuelos, un planteo fundamental crece y crece en su mente, la espera de unos meses surge en pregunta, se repite en la atemporalidad tomando palabras y formas: ¿Podrá esperar 36 meses? El silencio se expande, es él ante las hojas cargadas de tinta; es él en el exterior de las hojas ocupando un espacio, un tiempo, soportando una carga, pesumbrosa carga; es él ante el mundo y él ante las hojas…
Doble dualidad, decisiones interceptadas de mutua implicación.

Escena 3:
La silla, el trono, ¡NO!... Sólo sabe que la silla no es el trono, tampoco es su vida, pero… ¿Cuál es su vida? Puede presentir que puerta está condenada ya a cerrarse o que existe la posibilidad a medias, pero se queda ahí sin traspasar la barrera. Dejar de ser él ante las hojas es recrudecer su “él ante el mundo”.
Quiere lanzar cada hoja, verlas volar por los aires hacia la infinita combinación de las cuatro direcciones pero las volvería a tomar, está seguro; arrodillarse delante de las hojas y agarrarlas una por una para luego ordenarlas no es una imagen agradable, es una bajeza insoportable incluso. No es tan valiente ni tan cobarde, esa cobardía consiente se asemeja a una especie de valentía…. Pero no hay cordura en la decisión, hay seguridad, hay estabilidad, hay una maldita maldición encerrada…

Escena 4:
Fuera el mundo se mueve, el ruido de los autos le hace recordar de ello, el ruido de la heladera dice que hay alguien trabajando en la empresa que distribuye la electricidad.
Dentro no hay mundo, no hay tiempo ni espacio, no parece verlo o no parece haberlo. La silla transmuta en una maquinaría de muerte, en silla eléctrica, en condena sin suplicio, en dolor y tortura.
-La salvación esta a un salto temporal o varios saltos-. Se consuela, consuelo de tontos quizás…

Escena 5:
No aguanta la presión, de él se levanta el alma, se dirige a la cocina lentamente, se escucha el ruido consiguiente del cajón, el mango del cuchillo, el cuchillo frio, el grito, el llanto…
Una voz en pena se pronuncia ante el hecho -Adiós alma, adiós-…

Escena 6:
Otra alma se levanta de su cuerpo, sale y camina, camina hacia el horizonte, lo busca con ansias de tocarlo… Jamás regresa.
La mismas voz -Adiós alma, adiós-….

Escena 7:
El cuerpo, el cuerpo postrado en la silla.
Las lágrimas, las lágrimas caen de su mejilla.
No hay ganadores, sólo existe la posibilidad de perdedores o la de perder una insignificante porción de vida… 36 meses se tatúa su mano, la boca lo pronuncia sin cesar y los ojos desean verlo hasta pulverizarse.
El cuerpo pierde libertad, condena a las almas…

Escena 8:
Almas, cuerpo: un convenio por hacer, no hay condena duradera, no existen, son efímeras… ¿Le esperarían 36 meses?
Pacto: dar vuelta el reloj de arena, al detenerse culminará la espera, caerá la silla o se marchitarán las flores…

Escena 9
Suspenso, indeterminación e incertidumbre controlan la situación…

Por Fernando Klap