La mente
enfrascada golpeándose contra las paredes, presentando una necesidad de salir,
quizás de escapar a los confines misteriosamente lejanos, yendo y viniendo como
zombie o más bien como un ente. Gritando señales de auxilio en un código ininteligible
para casi la mayoría, tentando a oscuras las compatibilidades.
Un
salto en trampolín al vacío o a una pileta sin agua a sabiendas, un disparo apuntado
al alma, un abrazo entre corazones, la lágrima pasajera recorriendo sus ojos,
adornando a cada instante esa sucesión cuasi infinita de imágenes en un lapsus
temporal, mirando en esos reflejos de la lágrima cayendo todo aquel mundo que
se derrumba y construye interminables veces, queriendo adentrarse en él pero no
pudiendo debido a esa efeméride de la sucesión de lágrimas que presentan nuevos
mundos y viejos también a la vez sin significar nunca el fin y tampoco el
principio de nada y en sus consecuentes actos solo son escenografías efímeras
de alguna falsedad preestablecida buscando engañar a una que otra marioneta
convertidas en títeres por algún titiriteros quien se considera experto.
En cierto momento me sentí muy atraído por la prosa, quise buscar su barbaridad, pero me hallé desnudo y bajo un cielo tormentoso igual o más desnudo que yo. Aquí permites que el lector teja el otoño en una pequeña jaula cerca a las tumbas de los niños perdidos. Esto es sencillo y maravilloso, sin intención de hacer de ambos términos un amigo sinónimo. ¡Abrazo!
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