14 de julio de 2012

Invasiones



“Tengo que dejar que me invada” - Pensó abruptamente mientras perdía su estado somnoliento. Miró a los costados, no había nada ni nadie en la habitación.“¿Qué me invada quién?” Escuchó repetir al eco y sin entender nada caminó hacia el espejo, no se sorprendió al no ver su rostro reflejado, tal vez no halló importancia en ese detalle -una persona sin imagen, nada fuera de lo común-… 
Sólo pocos pensamientos le atormentaban cuando dejó caer unos papeles, tropezando en un parpadeo de ojos contra una silla mal ubicada -Subjetivamente mal ubicada- Podrían ser sus reacciones, aún dormidas, quienes olvidaran la existencia de esa silla en aquel lugar.
Respiró lento  y repitió esa actividad, de nuevo escuchó decir al eco “¿Qué me invada quién?”... Lo escuchó cinco veces y la última llegaba ya en tono de desesperación.
Si hubiese visto las agujas del reloj, le estarían marcando las tres, más bien, las 4 am. Pero qué le importa a él lo que diga el reloj.
Afuera una luna en el cielo que no ilumina a nadie. Hace frio y todos están guardados en sus hogares, las voces del relator por momentos se confunden con las del personaje, mientras él se abriga -¿Quién?- para salir a un café cercano que debe estar abierto. Se escuchan los crujidos de la puerta y luego un golpe en seco, un par de cuadras abajo está ese pequeño barcete. Es un lugar sacado de los suburbios que recuerda a los escondrijos, pasos lentos transportarían a cualquiera adentro del bar. El mozo se apresura en atender para luego traer un café a mis manos que deseaban sentir el calor de la taza.

Jose de la Tierra

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