24 de junio de 2012

Carta al viento


                Posiblemente una carta es uno de esos adornos preciados que pueden acompañar un regalo. El eterno drama se presenta en que, a pesar de que me apasiona escribir cartas, a mi mente viene aquella terrible duda que se dedica a carcomerla hasta que no queda más materia gris disponible, aquella duda de si quien la recibe (en este caso una damisela) le gustara.
                Te escribo desde los “allás” mientras otras voces pululan el ambiente, yo me distragido entre estas palabras. Miro de reojo el pizarrón del tiempo, veo como los acontecimientos se distraen entre los números… Pero todo sin quitarle los ojos a este pedazo de papel, o al menos uno, es de mí placer entregarme al juego de las palabras y amontonar letras y letras para crear aunque sea una forma.
                Creo que nunca le pregunte sobre si soñaba volar alto o si deseaba tener un pedacito de nube en el bolsillo, cosas muy importante a tener en cuenta en un futuro demasiado indefinido. Quizás sea este el momento indicado para preguntarle, o quizás me equivoque feo, pero ya no lo deshago, los nudos son difíciles de deshacer y pero los enredos que habré de evitar… ¿Te ves creando alas de papel para poder volar con sumo cuidado, o prefieres un poco de nube blanca en el bolsillo izquierdo que de vez en vez se ponga toda gris y haga llover al bolsillo? Ten cuidado que los papeles son frágiles y si mezclas papeles con nubes de seguro saldrán estropeados…
                … Mira, mira allá, en la montaña, esa cima que pide ser escalada, ve hacia ella, cierra los ojos y escucha estas palabras que tomarán sonido: Solo haz de llevar un pequeña mochila y adentro pondrás mucho, mucho asombro para que no falte porque no puede nunca faltar, también asegúrate de cargar endorfinas, principalmente las verdes y las naranjas, no te olvides de las exclamaciones para poder de alguna manera expresar los asombros y para que se manifiesten las endorfinas. Luego, ya con la mochila al hombro prueba tomar la vía principal pero cada vez que puedas debes de desviarte de esa vía, sobre todo para cuando haga algo que provoque el abrir la mochila. Realiza tu propio camino, corre cual loca, cuesta arriba (sobre todo), salta y vuelta, o vuela y salta, la montaña es paciente y espera por ti, espera ella que la escales, la descubras, espera poder mostrarte sus lagos escondidos, sus más hermosos paisajes. Quiere la montaña que te subas a su cima, quiere que te sientas la “ama del mundo”,  y te pares sobre la más alta piedra y veas el enorme precipicio.
                Felicidades, subiste al Aconcagua, aunque probablemente no tienes ni siquiera la mísera presencia de frio y para agregar absurdo al absurdo te encuentras desabrigada, a pesar de tanta nieve. Eso es lo hermoso de la imaginación, que nunca se debe perder, hay que guardarla con cuidado en lugar fácilmente accesible; vas creando imágenes y las vas viviendo, hasta tal punto que de seguro nunca te imaginaste la nieve (ni el blanco) y menos el Aconcagua, quizás ni siquiera se te ocurrió imaginar una montaña “de carne y hueso”, podría solo ser todo pura imaginación pero eso no importa… no importa porque las sensaciones… las sensaciones tienen la fuerza de haber sido vividas. Tú subiste a la montaña, ya nadie será capaz de quitarte de la piel tal sensación, recordándome esto a Don Saramago que, de seguro, ahora lo disfrutare un poco más… Un día empecé a leer un libro de él y por razón inexplicable después lo deje de leer, siendo el 2do libro que empecé a leer y después no lo retome (aunque el de Kafka aproveche este último verano último para devorarlo (sabían ricas las hojas pero no hizo falta comerlas para saberlo)). Ese libro, el de Saramago, recuerdo las primeras hojas donde hablaba de los niños de hoy, hablaba de que liberan mundos, construyen grandes ciudades, son erigidos héroes, reyes, etcétera de las etcéteras. Pero para agregarle, todo ocurre en la mente externa (fuera de uno), en las grandes maquinas de crear virtualidades… Saramago va más allá, hace un contraste con su niñez, con sus recuerdos, cuando subía una higuera y usando su propia imaginación para crear la trama, el pullover y la bufanda; para luego, allá arriba, sentirse “amo del mundo” por tamaña hazaña.
                Así, igual que vos en lo alto del Aconcagua mientras permaneces muda, con los brazos extendidos y la cabeza dirigida hacia ese cielo tan cercano ahora. Con tus ojos cerrados para sentir el viento, para escuchar su sonido sereno y tú cabello dejando al viento que lo mueva suavemente. Con los ojos cerrados para escuchar la montaña, ella te susurra y la escuchas con atención porque son pocos quienes poseen tal privilegió… Quedas muda, quedas ciega, solo escuchas, solo sientes, la montaña habla por largo tiempo, habla con pausas, habla con metáfora, hasta que inesperadamente  te invita a abrir los ojos y sorprendida me ves a mí, estoy detrás de ti esperándote, esperándote junto a un globo aerostático. Te acerco mi mano y te invito a subir al globo con la ayuda de una pequeña escalera.
                Es deseo del escritor que en este preciso instante se reproduzca el tema “desde el alma”, si es posible la versión de Pugliese ya que, por más empeño que le puse, no logre tejer las notas musicales sobre la hoja.
                Estamos ya arriba, volando los cielos, surcando los aires, manejo el globo y tú miras encantada, me pides el mando, como es sencillo y, además, eres una buena aprendiz fue una explicación breve. Tomas el mando y lo elevas entre las nubes, yo mientras voy hacia una tela tumultuosa ubicada en una esquina, esconde algo y no habías puesto tu mirada antes en ella. Ese algo es un aparato… Pero ahora, antes de proseguir, debo pedirle de ante mano, sin saber cual son las dimensiones al globo dadas, que lo agrande, hasta donde su imaginación le alcance… Oprimo un botón que no se queja, para tu sorpresa empieza a reproducirse un bello vals ideal para estas alturas, me acerco a ti y susurrando le pido que me conceda esta pieza, entusiasmada aceptas, nos abrazamos solo para sentir como la música toca nuestras almas y dibujamos en el suelo al no poder contener nuestras sensaciones, estamos poseídos por un algo que lo produce la música, la magia atrevida ha dicho ya presente, y tu forma de bailar me hace temer no estar a la altura de las circunstancias, pero tan pronto como llego este temor se desvaneció  y despejada nuevamente mi mente, con el sol en el horizonte, me entregue a la música y nos adentramos en ochos, sacadas, saltos y ganchos en lo alto del cielo.
                ¡Hay!, ¿qué será de mí, si vengo con ganas de escribirle pero no hay ideas en el cajón donde las busco? Todo desordenado ha quedado ya y, en mi desesperación, me he encargado de no dejar nada en pie, quizás mis ojos buscaron ciegos y ahora, que los abro, ya no están, esas malditas ya no están y pierdo la paciencia mientras asomo mí cabeza por la ventana para ver aquellos arcoíris que aún no desvanecen. Qué lindo seria poder terminar de escribir y que el viento se lleve la carta para entregarla a destino, que envidia hace darme en este momento el señor Juan Gregorio Rivas, yo le di parte de mí en tanas charlas, pero esa locura tan magnífica él se niega a cedérmela. Uno les da vida y ni siquiera una pequeña pizca, aunque sea insignificante (no, insignificante no) te devuelven. Me encantaría hacer como Cortázar cuando jugaba con la Maga a perderse y encontrarse, en ese bosque de casas, en esos barrios de parís… ¿Por qué París solamente?, en Cuzco, Roma, la Habana, Córdoba…
                Volcar dos gramos de incoherencia, es algo tremendamente difícil para mi mente… Ni hablar de cinco. Como me gustaría en este preciso instante señorita, acercarme a su casa y crear un camino con migas de pan; para que, si se apura, las vaya siguiendo rodeada de pajaritos y de pajarracos. Un camino de migas, junto a un camino de ilusiones y yo la esperare, debajo de un árbol, con un par de mates y un linda sonrisa. Pero apúrate, apúrate por favor, que este paisaje se derrite y todo va a parar a una  taza de café, y quien sabe que gigante se tomará de un sorbo esa taza de café, recién hecho, con cuatro de azúcar y cuatro más grandes de ilusiones.
                Ahora siento mi mente frenada, como si hubiese visto inconscientemente un cartel de Stop (pare), creo que este portaminas ya se canso de escribir y además lo imagino murmurándole al papel, en una conspiración en contra mío. Mejor me pongo paranoico y abandono momentáneamente la escritura.
                Volví, pero volví para despedirme, porque me canse que estos dos conspiren y se nieguen a sacar palabras, cuales puedan ayudarme. Tras mi retirada sobrevendrá un pequeño olvido, hasta que sus ojos vuelvan a dar vida a estas palabras. Me despido creyendo haber dejado alguna sonrisa tras de mí, alguna lluvia de endorfinas y quizás alguito más… Adiós, adiós…

Por Serápiens

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