Allá, en el pasado largo,
malinterpreté la flor, era invierno aún y creí en la calidez ajena de la
primavera, hoy me culpo mi falta de tacto, revivo aquellas suaves figuras dibujadas en giro horario,
mientras pienso en el cambio del agua, en la pretérita timidez de la oruga y la
posterior soltura de la mariposa, como si fuese el reflejo que veo en este
charco. Mea culpa de la lentitud del caracol, preferiría haber interpretado a
la tortuga y no caer en equivocaciones infantiles como la liebre de la
infancia. Luego en el capullo de la flor antes de abrirse vi crecer millones de
vidas, cada una a su tiempo hasta que el sol irradiante acabo con sus
esperanzas, no supe advertirles a tiempo ni manejar la posibilidad de la nada.
Quede mudo entre la tempestad y la nada, cayeron varias manzanas y quede ajeno
a la escena de títeres. Con un dejo de melancolía partí para ver las historias
de los algarrobos y pumas, me enamore del caldén y en la vuelta final de la
circunferencia lastime al jacaranda, nada pude hacer para evitarlo, más
reconozco no intentarlo. Con la frente erguida y el cuerpo erecto acompañe
largos días al caldén hasta que el destino giró la arena. Lagrimeé en la
despedida, debo confesarlo pero las piedras siguen tanto como el cielo y era de
esperar que de las huellas pasadas
nuevas sean marcadas, me tope de vuelta como en esas historias en que todo gira
hasta tocarse la cola con viejas flores, ya crecido yo por el paso de los
arroyos, y nuevamente quede mudo, atónito y desconcertado. Di media vuelta al
tornillo y otra a mi cabeza, me senté a esperar la lluvia y luego corrí a
buscarla, el sol y las pocas nubes me desalentaban por cada paso. Más yo devenido
en halcón me sentí temido pero a pesar de la grandeza odie ese nuevo rostro,
transmute hasta volver al mismo, dubite y le cante a las rosas nacientes, al
verlas crecer repentinamente antes mis ojos me atreví a sonreír. Como Quijote
me sentí héroe, me envalentone, me puse la mejor pilcha y jugué a ser Alejando
Magno, incrédulo al conquistar el naranjo y los cerezos salté desde el
Aconcagua, mire la tierra y arriesgue todo. Sentí como la tempestad del viento
volvía y volvía sobre mi rostro, era el karma del tiempo de atrás. Lo afronté
sereno como la oruga que afronta su destino.
En lo inevitable del tiempo,
cuando los rumbos parecían ya no converger más, el pretérito renovado se
convirtió en presente perfecto. Compuesto de colores radiantes el horizonte fue
perdiendo su brillo a medida que se adentraba la noche. En el último suspiro
del día viré lentamente hacia la soledad de los pájaros. No pude soportarlo y
ahí incite al eco del halcón, a la locura quijotesca y a la máscara de
Alejandro quienes, pendiendo como la espada de Damocles, sellaron mi destino.
Al saber de mi falta cómo un último acto heroico marchite las rosas y llore su
destino.
Juan Gregorio Rivas
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