18 de agosto de 2014

Tratado sobre eso que llaman ética

                  La ética es una palabra compuesta por 1,2… 5 letras y lleva un tilde en la “e” muchas veces omitido por centenares de estudiantes y/o personas corpóreas a la hora de escribirlo. Aunque nos resulte extraños es imposible la omisión de dicho acento cuando pronunciamos la palabra en voz alta, en caso de omisión no sonaría para nada bien, imagínese que sea dicho como etíca o etica, obviamente habrá cierto ruido en esa pronunciación. Resulta llamativo que nadie sea capa de visualizar en el sonido el acento pero es mi deber informar que hay variaciones en la onda que se ve modificada cuando se trata de una “é” o una “e”.
                  Dicho todo esto, lo cual me servirá de pie, pretendo empezar mis clases sobre los colores donde procederé con suprema paciencia y tratando de ser lo más cauteloso posible.  De esta manera garantizaremos seguir firmemente los principios de la ética respetando el libre albedrio del color, su libertad a mezclarse, sus derechos adquiridos y la manutención de los mismos. Por lo expuesto deberemos respetar al rojo cuando se niega a cambiar parte de su personalidad, al convertirse en violeta, luego de mezclarse con el azul. Claro que deberemos calmar al azul ya que este se encuentra impaciente por perpetuar tal transformación. En cambio observamos mucho más viable la producción de naranja porque tanto Don Rojo como la señorita Amarilla así lo desean. Don Blanco suele mezclarse con Don Negro para crear una diversa escala de grises. Ruego también tener el máximo cuidado: una mezcla mal hecha puede dar nacimiento a un color sin vida, incluso el derrame de colores es capaz de producir un monstruo pero, una unión de franjas de colores puede hacer uno de esos locos arcoíris.
                 Pero esto que llamamos ética no solo la vemos presente en la formación de colores, sí préstamos atención en nuestra vida diaria la encontraremos aplicada en un sinnúmero de actividades cotidianas.
                 Incluso para impresión y asombro de muchos, en el juego de ajedrez donde tomamos tantas decisiones que resultan ser importantes, pueden ser estas regidas por la ética. Aunque generalmente el jugador hace caso omiso de ella, usa y se vale de diferentes medios para olvidarse de su existencia, hasta llega a rechazar sus propuestas e incluso despreciarla… Puede darse el caso que el jugador regido por la más absoluta y estricta de las éticas se meta en dicho juego y, sin contaminarse, gane la partida. Pero en caso de que se de este hecho, el jugador supuesto deberá tener el más absoluto cuidado dada la existencia de miles de jugadores que aborrecerán la ética y estarán dispuestos a presentar las más extrañas batallas ajedrecísticas para refutar esa maldita ética y posteriormente desterrarla. Incluso puede pasar que todos estos jugadores, de alguna forma meramente extraña, que escapa a mis ojos, realicen una unión mágica donde todos ellos jueguen la partida dentro de un solo sujeto corpóreo. Es este el caso más complicado en los posteriores análisis: un simple partido de ajedrez…
                 Para no adentrar tanto en detalles, me permito el siguiente desvió. ¿A alguien se le atravesó por la mente pensar cual es la intervención de la ética en los caramelos? Si nos remitimos a la cotidianeidad es difícil visualizarla ya que el quiosquero a quien le transferimos varias objetos metálicos por un puñado de caramelos nos los entrega mezclados en la misma bolsa como si por el solo hecho de llamarse cada uno en cuanto a unidad y esencia caramelo le transfiriese una generalidad y homogeneidad respecto a los otros, eliminando de tal forma los tanto matices que como sujetos corpóreos conllevan: esto es color, textura, forma del envoltorio y ni hablar de cosas tan intrínsecas como el sabor. De esto es que al toparnos frente a la bolsa de caramelos perdemos nuestra mirada objetiva y global y la convertimos en una tan limitada y banal que transformamos la mera acción ética en una acción que se torna vacía por ser  tan repetitiva y común. Pero queda como nosotros, a posteriori, el deber abnegado de llevar a cabo con la precisión del relojero la subdivisión en grupos de los caramelos comprados. Más a posteriori por expresarlo de algún modo tendremos que hondar en la ética  ahora revelada, por lo tanto estamos frente a una doble tarea que por lo mismo se nos presenta como ardua.
                La ética se presenta tan avasalladora, tan universal que hasta en el juego de los niños la encontramos. Y se preguntaran ¿De qué juegos está hablando? De todos pero de uno en particular y con uno en particular me refiero a la mancha. Ante su mirada incrédula me parece que debo  pararme a explicar detalladamente como la ética conduce tan inocente juego. La suntuosa ética se presenta en la mancha en su mismísima esencia,  me explico mejor: en el hecho de tener que hacer un efímero contacto pero definitivo con otro sujeto con el único fin de transferirle ese poder invisible que lo hará tan temible al “Destinatario” y hará lo contrario con el “Emisor”. Vean como se renueva el hecho pretérito del uso del lenguaje para referiré a la ética y su inexorable conjunción. Pero el Destinatario ahora devino en Emisor y ahora como sujeto-emisor deberá valerse de su libertad de elección para determinar a cuál sujeto perseguirá a través de pasos rápidos conocidos como correr o determinar a cual no perseguirá. Así  la ética se presenta como imparcial, el sujeto debe elegir entre múltiples caminos y cada uno configurara el futuro de forma inexorable, tan es así que hasta puede condenar al juego a su pronto fin.


Juan Gregorio Rivas

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